domingo

AUTOEXAMEN

"Creo que fué cuando tenía dieciseis años. Aguardé a que todos se hubieran marchado de casa, me desnudé ante un gran espejo y me puse a observar minuciosamente mi cuerpo. Fuí anotando en una lista, una por una, todas las cosas de mi cuerpo que (me parecía) estaban un poco por debajo de la media. Por ejemplo (y esto no es mas que un ejemplo), mis cejas estaban demasiado pobladas, las uñas de mis manos no eran bonitas, y cosas por el estilo. Recuerdo que encontré, en total, veintisiete. Al llegar a ese número, me sentí fatal y dejé de explorarme. Si tomando sólo las partes visibles de mi anatomía, pensé, encontraba tantas cosas un poco por debajo de la media, al explorar otras regiones (como la personalidad, el juicio o la capacidad física), la lista nunca acabaría.

[...] si nos ponemos a contar defectos y carencias, no acabaremos nunca, pero algo bueno tendremos también, y no hay más remedio que apañárnoslas e ir tirando con lo que tenemos."


Haruki Murakami. "De qué hablo cuando hablo de correr"



sábado

TONTITOS

Ayer, mientras viajaba en el metro de regreso a casa, se sentó a mi lado un chaval con síndrome de Down. Portaba un cuaderno y un bolígrafo y noté cómo iba escribiendo durante el trayecto. La curiosidad me pudo y puse atención en lo que escribía. Lo hacía despacio y con una letra muy redonda y grande, que estimé parecida a la que yo tenía a los 8 años.

Con disimulo miré lo escrito y leí, de entre unas 6 frases escritas en la hoja, las dos mas centrales:

"Colocar la carta de los vinos."

"Doblar bien las servilletas."

Sin duda eran las instruciones de un trabajo donde acabaría de empezar; quizá tal vez aún estuviera en fase de aprendizaje o incluso en mitad de un duro proceso de selección de un trabajo del cual podéis imaginar la cualificación.

Mi imaginación rápidamente viajó a diferentes lugares, hechos y recuerdos personales que me cabrearon durante un instante, para luego desaparecer de mi mente y centrarme de nuevo en mi lectura.

  • Hace 5 años, una jefa que tuve hizo referencia a un Centro Especial de Empleo de una empresa de servicios financieros como "el sitio ese donde los minusválidos se dedican a lavar y doblar sábanas y toallas".
  • Hace un año me sirvió en un restaurante de comida rápida el hermano de un compañero de colegio. El chaval había tenido con 7 años un tumor en el cerebro. Yo lo conocía de pequeño y era realmente brillante. Ahora limpia mesas en un Burger King.
  • Hace unos meses, un compañero de trabajo al traerle a su equipo a un discapacitado (le faltaba un brazo), dijo "ya tengo a una sorda, a un ciego y a un manco; creo que ya he cumplido el cupo de tullidos".
  • Hace un par de días, una exministra y diputada, se refirió a los discapacitados que trabajan en el Congreso como "los tontitos" (click).
Odio lo políticamente correcto y soy el primero en hacer bromas sobre mi corta vista; pero reconozco que hay algo que se me remueve por dentro cuando veo que hay alguien que se aprovecha de estos trabajadores de segunda, de esos a los que se les manda doblar toallas en una lavandería y no dejan el puesto hasta que no les sangran las manos.


jueves

24 DE FEBRERO DE 1981

Un niño de siete años estaba tendido en el suelo y jugaba con un puzzle. Se lo había regalado Antonio, el marido de su prima Merce; un buen tipo del que el niño tenía recuerdos nublosos de cuando su época de militar en Madrid, hacía unos tres años. El rompecabezas tenía impresa la plantilla del Fútbol Club Barcelona donde aparecían las figuras de Artola, Olmo, Simonssen, Quini y del resto del plantel de aquel año, en un dibujo coloreado que había que componer. Al niño le encantaban los puzzles y ese, aquella tarde, lo pudo hacer y deshacer una decena de veces.

Había ido por la mañana a un nuevo médico de la vista. Esta vez su madre le llevó a uno que estaba en Barcelona y el niño estaba contento por dos cosas: había montado por primera vez en avión y el nuevo médico no le había puesto un parche en el ojo bueno, como hacían todos. Mañana volvería a montar en avión de regreso a Madrid y eso le hacía pensar en las nubes, como masas enormes de algodón blanquísimo, que había visto a través de la ventanilla hacía un par de días. Las azafatas eran muy simpáticas y le habían dado frutos secos y coca-cola.

Su madre hizo una llamada a Madrid. Su tía había puesto el teléfono en casa hacía poco. El niño sabía lo que suponía tener teléfono en casa: tener que ir a avisar a los vecinos de que alguien les llamaba. Un rollo. Hablaba de su hermano Luis. Qué raro: Luis estaba haciendo la mili en Cerro Muriano. Luego habló algo de los billetes de avión para mañana y entonces puso atención, ya que quería volver mañana a Madrid: por la tarde tenía Catequesis y no quería faltar. Parece que sí volveríamos, incluso antes de la hora prevista. Mejor.

El niño deshizo de nuevo el puzzle y empezó a hacerlo de nuevo. Primero, la cabeza de Artola, el portero. De repente todos se callaron. Antonio estaba escuchando la radio y los demás prestaban atención. La radio hablaba en catalán y Antonio lo iba explicando. Era algo de guardias civiles. Todos continuaban callados. Cuando el locutor terminó de hablar, y tras una brevísima conversación entre los mayores, la madre del niño lo mandó a la cama. Mañana volveríamos a Madrid.

Cuando el niño llegó a casa, en Madrid, puso la tele. Aunque le daba tiempo, su madre no lo llevó al cole. En la tele había cosas raras: películas y cosas así. El niño se tendió en el suelo y se puso a leer un libro que había sacado de clase. Por la tarde fue a Catequesis y la señora que se la impartía les explicó a los niños que había pasado algo con los políticos. El niño no entendió nada. Al llegar a casa, en la tele repetían una y otra vez la imagen de un señor con bigote y una pistola en la mano. Al niño le pareció gracioso y repitió las palabras que dijo aquel señor, creyendo que los mayores le reirían la gracia, como normalmente ocurría cuando el niño hacía imitaciones o cantaba canciones. Nadie se rió.

Con el paso del tiempo, cada año repetían aquellas imágenes en la misma fecha y cada vez a los mayores les fue haciendo más gracia la imitación.

Pero aquella noche del 24 de febrero nadie se rió.

martes

CITA

Para qué sirve el arrepentimiento si no borra nada de lo que ha pasado. El mejor arrepentimiento es sencillamente cambiar.


(José Saramago)