domingo

LA RIPALDA Y SU FAMILIA

Siempre me cayó bien Marichalar. Recuerdo, a mediados de los 90, cuando la primera Infanta anunció su casamiento. Ese aire entre dandy y Forest Gump del larguirucho aristócrata me resultaba simpático, tengo que confesarlo. Pero quien de verdad me despertaba verdadera simpatía era su señora madre Doña Concepción Sáenz de Tejada y Fernández de Bobadilla, viuda del Conde de Ripalda, o “la Ripalda” como cariñosamente y para acortar le llamábamos mi madre y yo. Ese afecto provenía de su función secundaria en todo el cotarro a pesar de ser la madrina de la boda y de la descomunal desproporción entre la importancia de su consuegra y la de ella teniendo ambas, en teoría, el mismo papel y parentesco en la familia. Me pregunto cada cuanto verá ahora a su nieto Froilán.


Diréis que en este caso es evidente que la Reina, sólo por serlo, ensombrece a su consuegra. Ya. Tal vez en este caso así sea.

Miro a mí alrededor y un poco más allá y veo una sociedad familiar enfrascada en un matriarcado dominante. La cabeza de la familia es la abuela o “la mamma” al estilo italiano; al son de la cual bailan sus hijas y las hijas e hijos de esas hijas; los jóvenes y adolescentes nietecitos. El abuelo murió hace años y los padres son esos señores que conducen el coche, llevan las bolsas de la compra y se levantan temprano a comprar los churros. Los medios de comunicación, por distintas razones, ahondan en ese ninguneo eliminando la figura paterna en los anuncios de televisión. Mirad un rato los anuncios y observad cómo en ningún spot donde se muestren dulces, champús, golosinas, artículos infantiles o hasta en el de telepizza aparece una figura paterna. El hombre ha quedado relegado a sacar el perro cuando llueve para pillar un resfriado y después ser un quejica cuando está enfermo.

La familia materna es la que vertebra la vida familiar desde el principio de una pareja y los hábitos adquiridos colaboran en la propia perpetuación de los roles. ¿Me estoy pasando? Pensad dónde se vive en la mayoría de los casos; si cerca de la familia paterna o materna. Dónde se va de vacaciones y con quién generalmente. Quienes son los padrinos de los niños, de quién se ponen los nombres primero, dónde se va a comer los domingos, porqué siempre se quiere que el primer hijo sea una niña… Si, ya sé: todos conocemos casos donde la nieta se llama igual que la madre de su padre; pero os ruego que penséis en la generalidad.

En sí, ésto no es ni bueno ni malo. Lleva siglos existiendo y ha funcionado razonablemente bien. Es un reparto de roles en el cual todos los miembros de la saga salen ganando. El rol del padre holgazán y despreocupado de las cosas “de la casa” forma parte del propio matriarcado. Los arquetipos están instalados en el subconsciente y determinadas situaciones debes asumirlas sin más si no quieres ser tachado de rebelde, cuando no de raro, antisocial o, directamente, machista. Sólo hay un pequeño inconveniente; sin importancia: La otra familia. La del padre.

Debido a la propia estructura de la familia matriarcal y a su supervivencia; “algo” se ha encargado de que cuando un chaval o chavala tiene 15 años ha visto 10 veces más a sus abuelos, tíos o primos maternos que a sus paternos; ha escuchado comentarios, indirectas, presenciado discusiones, chantajes emocionales o directamente insultos que han tenido como objeto a todos y cada uno de los miembros de la familia de su padre. Por el propio dicho “el roce hace el cariño” ha recibido 10 veces más besos, elogios, abrazos, muestras de apoyo o regalos de la familia de su madre que de la de su padre.

Y ésto hace, entre otras cosas, que un chaval adolescente tenga en su habitación, entre imágenes de pokeras y jóvenes con acné, una foto de su abuela materna, cuando no existe ningún motivo para excluir a la otra. Me gustaría saber si en la habitación de Froilan hay una foto de la Ripalda.

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