Buenos días, me llamo Sam y soy pianista. Empecé a tocar el piano a los 5 años. Tocaba en tugurios de mala muerte en Nueva Orleans. Allí me conoció el señorito Rick, un hombre de pasado algo oscuro. En cierta ocasión el prefecto de policía de Casablanca le dijo:
- Rick, Me pregunto por qué no regresa a América. ¿Robó los fondos de una iglesia o se escapó con la esposa de un senador? Quisiera pensar que mató a un hombre, siempre he sido un romántico.
A lo que respondió el señorito:
- Una combinación de las tres cosas.
En el año 39 pasamos por París. Allí el señorito Rick conoció a Elsa, una muchachita guapísima con la que tuvo un intenso romance, hasta que llegaron los nazis y tuvimos que irnos de Francia, pero cuando nos disponíamos a partir, la señorita Elsa no apareció. Al pobre señorito Rick se le partió el corazón y nunca mas volvió a amar a una mujer. Se mostraba duro con ellas, como con aquella joven con la que salió un tiempo. Ella le preguntaba:
- ¿Dónde estuviste anoche?
- ¿Anoche?, no tengo la menor idea.
- ¿Qué harás esta noche?
- No hago planes por anticipado.
También se mostraba cortante con sus amigos. Por ejemplo con Ugarte, el que un día le habló con franqueza:
- Rick, sé que me desprecias.
- Ugarte, si llegara alguna vez a pensar en ti, lo haría.
Sólo era amable conmigo y con el prefecto. Algunos decían incluso que si no habría algo mas entre ellos, pero no son mas que habladurías.
El local del Señorito Rick era el mas frecuentado de Casablanca, gracias en parte a mí (modestia aparte). Sólo le hacía sombra el Loro Azul, regentado por un tal Ferrari, que curiosamente viene a tomarse copas a nuestro garito.
En una ocasión, le robaron a unos correos alemanes unos salvoconductos para salir de Casablanca (cosa que era bastante difícil, pues del aeropuerto salían menos aviones que de Barajas con huelga de controladores). Esos salvoconductos llegaron a manos del señorito Rick, pero no los soltaba ni a tiros. Los nazis sospechaban de él, incluso el Mayor Strasser le llegó a interrogar en una ocasión:
- Señor Rick ¿Cuál es su nacionalidad?
- Soy borracho.
- ¿Ve usted a los alemanes en su querida Nueva York?
A lo que respondió:
- Hay ciertos barrios donde no les recomendaría entrar.
Ese mismo día, y sin avisar, se presentó Elsa con un hombre, Viktor Lazlo, un valiente luchador de la resistencia, aunque algo ñoño. La señorita Elsa me reconoció al instante y me pidió que le tocara una canción que el Señorito Rick me había prohibido tocar. Pero la muy embaucadora me convenció con sus ojos golosones y, claro, cuando llegó el señorito me echó una bronca de padre y muy señor mío. Pero yo, con un discreto gesto le señalé a Elsa y Rick hizo un gesto de emoción que sólo duró un instante.
- Rick, Me pregunto por qué no regresa a América. ¿Robó los fondos de una iglesia o se escapó con la esposa de un senador? Quisiera pensar que mató a un hombre, siempre he sido un romántico.
A lo que respondió el señorito:
- Una combinación de las tres cosas.
En el año 39 pasamos por París. Allí el señorito Rick conoció a Elsa, una muchachita guapísima con la que tuvo un intenso romance, hasta que llegaron los nazis y tuvimos que irnos de Francia, pero cuando nos disponíamos a partir, la señorita Elsa no apareció. Al pobre señorito Rick se le partió el corazón y nunca mas volvió a amar a una mujer. Se mostraba duro con ellas, como con aquella joven con la que salió un tiempo. Ella le preguntaba:
- ¿Dónde estuviste anoche?
- ¿Anoche?, no tengo la menor idea.
- ¿Qué harás esta noche?
- No hago planes por anticipado.
También se mostraba cortante con sus amigos. Por ejemplo con Ugarte, el que un día le habló con franqueza:
- Rick, sé que me desprecias.
- Ugarte, si llegara alguna vez a pensar en ti, lo haría.
Sólo era amable conmigo y con el prefecto. Algunos decían incluso que si no habría algo mas entre ellos, pero no son mas que habladurías.
El local del Señorito Rick era el mas frecuentado de Casablanca, gracias en parte a mí (modestia aparte). Sólo le hacía sombra el Loro Azul, regentado por un tal Ferrari, que curiosamente viene a tomarse copas a nuestro garito.
En una ocasión, le robaron a unos correos alemanes unos salvoconductos para salir de Casablanca (cosa que era bastante difícil, pues del aeropuerto salían menos aviones que de Barajas con huelga de controladores). Esos salvoconductos llegaron a manos del señorito Rick, pero no los soltaba ni a tiros. Los nazis sospechaban de él, incluso el Mayor Strasser le llegó a interrogar en una ocasión:
- Señor Rick ¿Cuál es su nacionalidad?
- Soy borracho.
- ¿Ve usted a los alemanes en su querida Nueva York?
A lo que respondió:
- Hay ciertos barrios donde no les recomendaría entrar.
Ese mismo día, y sin avisar, se presentó Elsa con un hombre, Viktor Lazlo, un valiente luchador de la resistencia, aunque algo ñoño. La señorita Elsa me reconoció al instante y me pidió que le tocara una canción que el Señorito Rick me había prohibido tocar. Pero la muy embaucadora me convenció con sus ojos golosones y, claro, cuando llegó el señorito me echó una bronca de padre y muy señor mío. Pero yo, con un discreto gesto le señalé a Elsa y Rick hizo un gesto de emoción que sólo duró un instante.
Así estamos ahora, que si se queda, que si se va, en fín, ya sabemos como son las mujeres. Dicen que han hecho una película con esta historia donde cuentan porqué la señorita Elsa no se vino con nosotros en París y donde relatan lo que pasará entre ellos; incluso el dueño de este blog dice que es la mejor película del Siglo XX, pero, si es diciembre del 41 en Casablanca, ¿Qué hora es ahora en Nueva York?
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