Estamos en Navidad y todos somos más buenos.
Por la mañana, tras despertarnos, lo primero que hacemos de manera automática es comenzar a ponernos nuestro personaje. Apenas abrimos un ojo hay un instante terrible y asombroso en que sólo somos nosotros mismos. Flotamos entre dos mundos, uno que llega y otro que se despide. Después, la memoria nos sirve paulatinamente el regusto conocido de la identidad. Volvemos a reconocernos a medida que recuperamos nuestra historia personal.
La vida es, por tanto, un proceso que se autorecuerda, y nuestro personaje es el resultado de esa historia que nos contamos al alba, tras despertar.
La mirada de los demás suele indicar si llevamos la máscara bien puesta y respondemos a la imagen que hemos creado con su ayuda.
Escribe Borges en su libro "Ficciones": “otra escuela declara (…) que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres”.
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